lunes, 19 de septiembre de 2011

El pescador de almejas

Playa de Punta Caimán, Isla Cristina (Huelva)
Nikon D300 + 600mm (ISO 640; f5; 1/100; +0,33 eV)

Él ya estaba sentado en una piedra del espigón cuando yo llegué. Éramos las dos únicas personas que habíamos pisado la playa de Punta Caimán antes de que saliese el sol y por eso nos saludamos sin conocernos al cruzarnos. Permanecía quieto y pensativo con su cubo sobre las piernas, esperando a que la marea bajase, mientras yo caminaba torpemente por el sendero del espigón que ya empezaba a vislumbrarse con las primeras luces. Sentí que me seguía con su mirada, seguramente extrañado al verme cargado con el mochilón, el trípode y el teleobjetivo sobre el hombro, intentando averiguar dónde iría así pertrechado….y sin caña de pescar. Tardé casi veinte minutos en llegar al otro extremo del espigón, ya que era obligado caminar despacio porque la marea acababa de retirarse y las piedras resbalaban peligrosamente. Al volver la vista atrás él ya estaba metido en el agua buscando almejas, con su cuerpo encorvado y  avanzando con pasos muy lentos pero decididos. Examinaba minuciosamente la arena a través del agua, con sabiduría, deteniéndose un largo rato observando el fondo hasta que se decidía a introducir su enorme mano para sacar las almejas una a una, guardándolas cuidadosamente en un cubo de plástico. Al principio pensé que me espantaría todas las aves de la playa pero, curiosamente, los zarapitos, las agujas, los archibebes y los chorlitejos no se inmutaban por su presencia, permaneciendo a su lado como si se tratase de un pájaro más de la playa. 

Yo permanecía escondido dentro de mi chajurdo intentando pasar desapercibido mientras él, en medio del agua, tenía todos los pájaros a su alrededor. Hay ocasiones en que las relaciones entre el hombre y las demás especies que nos rodean pueden sorprendernos. Las aves debían percibir que tenían algo en común con el pescador, quizás porque compartían el mismo hábitat y los mismos recursos, dependiendo de sí mismos para conseguirlos; ellas con sus picos y él con sus manos. Un estrecho vínculo consolidado por la costumbre de convivir sin molestarse, haciendo posible que no se sientan amenazadas por quien siempre suele ser su peor enemigo.

Al terminar, deshaciendo mi camino, no pude resistirme a fotografiar al viejo pescador de almejas. Aquella mañana él fue para mi la especie más interesante.