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El pasado 3 de mayo tuve la oportunidad de disfrutar de una intensa jornada fotografiando y observando las aves estepáricas en La Serena (Badajoz). Hacía más de dos años que no pasaba tanto tiempo seguido en el campo y, desde luego, ha sido la primera vez en mi vida que he permanecido más de 15 horas metido dentro de un hide, una experiencia de la que siempre guardaré un grato recuerdo.
El celo de las avutardas ya estaba llegando a su fin y aún quedaban algunos ejemplares exhibiendo su plumaje nupcial, pero sin el énfasis de semanas atrás. Los pastizales de La Serena ya han cambiado de color y ahora predominan los tonos orces, dorados y amarillentos sobre los verdes del inicio de la primavera.
Arrogantes, altaneras, siempre dispuestas a exhibirse para proclamar con orgullo la belleza de su presuntuoso plumaje nupcial, las avutardas son las aves más ostentosas que habitan en los pastizales. Todas las miradas se dirigen a ellas, unas veces despertando celos y envidias, pero siempre causando admiración a quien las descubre en el paisaje.
Como no podía ser de otro modo, yo estaba fascinado con el espectáculo que me ofreció el primer macho de avutarda que apreció tras el amanecer, y que poco a poco se fue acercando hasta mí con su lento y gallardo paso. De repente, sin esperarlo, surgió de entre las pizarras un alcaraván. Su actitud no podría ser más contraria a la de la avutarda: su denodado esfuerzo por pasar inadvertido, procurando no delatar nunca su presencia, prefiriendo ser escuchado a ser visto, hace que se gane cada día el mérito de ser el ave más discreta en la inmensidad de los pastizales.
Hubo un momento en que ambas aves cruzaron sus miradas. La avutarda parecía sorprendida por la aparición de este personaje en su camino, pero mantuvo su altiva mirada. El alcaraván, ante la presencia de la reina de la estepa, decidió hacerse visible por unos instantes y acercarse a ella. Quizás quedó deslumbrado por su elegante presencia pero, quién sabe, puede que en realidad se compadeciese de la avutarda, obligada de por vida a demostrar su valía ante su semejantes como tributo por su belleza.
La fugaz aparición del alcaraván, con sus brillantes ojos amarillos y sus intrépidas carreras por el pastizal hicieron que la avutarda pasase a un segundo plano, tal y como aparece en la imagen, pero tuve la suerte de poder incluir ambas especies en el mismo encuadre.
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Kiko Esperilla