viernes, 28 de noviembre de 2008

Un horizonte imposible


Durante mis vacaciones he podido hacer muchas fotos a las aves de las marismas, un hábitat que para un fotógrafo de tierra adentro y de agua dulce, es una experiencia apasionante. Sin duda, los Chorlitejos grandes han sido las aves más colaboradoras con la causa y las que más se han dejado fotografiar en todo momento, y les daba lo mismo que se me viese media pierna por debajo de la red de camuflaje o que estornudase sonoramente cuando los tenía a pocos metros de distancia, que ellos no se asustaban de nada. Conseguí un montón de primeros planos, escenas capturando lombrices, aterrizajes, despegues, estiramientos, baños y acicalamientos. Después de verlas todas, una de las que más me ha gustado ha sido ésta, en la que el Chorlitejo está de espaldas y el fondo adquiere tanto protagonismo como el personaje.
Al vaciarse la marisma permanecía una pequeña laguna de poco más de 25 m de largo y 8 m de ancho, donde terminaban concentrándose todas las aves. Podías hacer fotos con la arena (limo o barro) tras las aves, aunque resultaba muy complicado desenfocar ese fondo ya que no había distancia suficiente y porque no pude colocar la cámara a ras de suelo como me hubiese gustado (el barrizal de la marisma lo complica mucho y también el efecto de las mareas, que te obligarían a tumbarte en inicialmente en el agua para poder quedar en medio del barro cuando bajase el nivel). Así que los fondos más bonitos se conseguían aprovechando el agua de esta pequeña laguna. A lo largo de su perímetro el fondo cambiaba en función de la posición de sol y de la vegetación que se reflejaba sobre el agua, ofreciendo múltiples posibilidades. También había que estar muy pendientes de los momentos en los que soplaba algo de viento, ya que se producían curiosas formas sobre la superficie del agua que cambiaban por completo los resultados de las imágenes.
Como cabría esperar, el tramo de la laguna que cumplía mejor estas condiciones se encontraba en un extremo de ésta, en una franja de poco más de 2 metros (y no en frente, como sería lo deseable) obligándote a girar la cámara a tope y también el ya maltrecho cuello del fotógrafo. Claro, lo fácil hubiese cambiar la posición de la silla, pero se encontraba casi dos cuartas hundida en el barro y era imposible moverla!. No obstante, el excesivo estiramiento y torsión de las vértebras cervicales necesarios para conseguir fotografiar al ave, especialmente cuando no has hecho previamente ejercicios de calentamiento, provoca que se disloquen. Llegado este momento (que se reconoce fácilmente al escucharse ese típico sonido a hueso tronchado.... y por el terrorífico gemido de dolor del afectado, que nunca suele ser muy audible para no espantar a las aves.... ¡qué estamos a lo que estamos!), la cabeza gira libremente, bueno, digamos que sin control, como si fuese la de una marioneta, facilitando mucho las posibilidades de movimiento y permitiendo hacer fotos desde cualquier ángulo, por obtuso o agudo que sea. Eso sí, una vez en casa uno debe aplicarse en el cuello Reflex a granel sin compasión y si la cabeza sigue sin sostenerse adecuadamente sobre los hombros, conviene acercarse a Urgencias antes de que se convierta en un padecimiento crónico.
Bromas a parte, la conclusión a la que llegué después de estas jornadas es que siempre merece la pena esforzarse en buscar fondos adecuados que nos permitan conseguir composiciones diferentes. Y en esto es crucial estar bien colocados, valorando la distancia al fondo, las posibilidades cromáticas, los reflejos o como van a ir cambiando las condiciones mientras dure la sesión (por ejemplo, desde que amanece hasta que el sol esta en lo alto, vamos a tener un montón de situaciones diferentes). Además se pueden presentar buenas oportunidades para primeros planos, pero no son siempre la mejor o la única opción.
Después de hacer muchas fotos esa mañana, me centré en esperar a que la aves atravesasen ese tramo de 2 m en los que los reflejos sobre el agua eran más atractivos y me olvidé de el resto de posibilidades.

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